Cuando ponemos una alarma en nuestra casa, lo hacemos con el objetivo de estar más protegidos. ¿Pero qué pasaría si se disparara a cada momento? Cuando sonara el teléfono, cuando encendiéramos la televisión, al salir a la calle… Lo que sucedería en ese caso sería que dejaría de ejercer su función de protección y precisamente pasaría lo contrario a lo que buscábamos; nos haría sentir más inseguros.
Justamente eso es lo que pasa con el miedo. Debería ser una emoción cuya función fuera protegernos de hacer aquellas cosas que nos pueden dañar o ayudarnos a escapar de peligros reales, para preservar nuestra vida y la de aquellos que nos rodean, con fines de supervivencia. El conflicto se da cuando esta emoción pierde su función, como la alarma de nuestra casa.
El miedo es esa emoción que nos asalta cuando nos decimos a nosotros mismos “creo que no puedo”. Es un sentimiento que nos paraliza, nos frena y nos bloquea. No se trata tanto de valorar si es positivo o negativo, sino si es útil o inútil para nosotros; si nos ayuda a conseguir lo que queremos o nos aleja de nuestros objetivos y nos limita, haciéndonos estar constantemente alerta y ver peligros en todas partes, ” fabricando” miedos con nuestra imaginación y metiéndonos en un bucle del que es imposible escapar. Anticipando situaciones que no han pasado y que lo más seguro es que no pasen nunca.
¿Qué le pasa a nuestro cuerpo cuando sentimos miedo?
El impacto del resultado fisiológico es ciertamente negativo: aumenta nuestro ritmo cardíaco, bombeando más sangre hacía nuestro cerebro y extremidades (para poder salir corriendo), segregamos más adrenalina, se acelera nuestra respiración y nos ponemos más agresivos, pudiendo llegar a perder el control.
Ante este panorama, en lo único que podemos pensar es en huir. Es imposible pensar en otra cosa que no sea escapar o salir corriendo. Por lo tanto, cuando tenemos miedo, es imposible ser creativos. Nuestro cerebro no está para nada. El miedo anula totalmente nuestra capacidad creativa. La supervivencia es lo primero.
Pero… ¿Hay algo que podamos hacer? Por suerte, existen varias estrategias que podemos poner en práctica, entre ellas:
-paralizar la fábrica de miedos a través del método de la Atención plena. Se trata de centrar toda nuestra atención en los detalles de nuestro entorno, tratando de recordarlo todo como si hubiéramos de explicárselo a otra persona. El fin de esta estrategia es centrarnos en el aquí y ahora.
Hay estudios neurológicos que demuestran que cuando imaginamos escenas de futuro negativas, se produce más activación en nuestro cerebro y eso nos produce mayor angustia que si pensamos en el presente.
-racionalizar nuestros miedos y conocer sus orígenes. Preguntarnos de dónde vienen para poder entenderlos y superarlos. Valorar la probabilidad real de que aquello que nos angustia acabe pasando y comprobar que ciertamente es escasa o nula. Buscar evidencias en otras situaciones en las que no aparece el miedo y aprovechar nuestros propios recursos en esas situaciones para traerlos a nuestro presente.
-Mirar cara a cara a nuestros miedos. No intentar huir ni luchar contra ellos. Cuando sentimos la angustia que nos provoca el miedo es como estar en un hoyo, y muchas veces al luchar por intentar salir, lo único que hacemos es el hoyo más grande y hondo. Aceptar que hay algo que nos asusta es el primer paso para plantarle cara.
En el salvaje oeste también sabían lo que era el miedo. John Wayne sentenció: “Ser valiente es estar muerto de miedo y a pesar de ello subir al caballo”
El miedo es una emoción que nos acompaña a todos. No es cierto que haya dos clases de personas en función de si tienen miedo o no. Todos tenemos miedo, pero los hay que, a pesar de todo, suben al caballo.
(Fuente: Programa Bricolatge Emocional)
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